La
Renovación Carismática
ASÍ
COMENZÓ
El
día 9 de Marzo de 1897 el Papa León XIII sorprendió al mundo con la publicación
de la encíclica "Divinum illud munus", verdadera y auténtica
"suma teológica" sobre el Espíritu Santo. Con ella, de algún modo,
le consagraba el nuevo siglo. Además hizo obligatoria para toda la Iglesia la
novena al Espíritu Santo como preparación anual a la fiesta de Pentecostés.
Sin
embargo, nadie recuerda a este Papa como el Papa del Espíritu Santo, sino como
el Papa de la "Rerum novarum", otra encíclica suya en la que expresa
las preocupaciones de la Iglesia por las cuestiones sociales, dando inicio de
esta forma a la doctrina social de la Iglesia. Marx y Engels, creadores del
marxismo, que es una especie de "cristianismo" laico y ateo, habían
lanzado al mundo el grito famoso con el que acaba el "Manifiesto
comunista", pregón programático de la nueva "religión":
"proletarios de todos los países, uníos". Eran las nuevas
tendencias, a las que había que discernir y hacer frente. En esta tarea se empeñan,
impulsadas por el Espíritu, no sólo la Iglesia Católica, sino también las
grandes confesiones protestantes.
Pero
el Señor no quiere que su Iglesia se polarice demasiado en una línea, pues la
haría estrecha y determinista. Por eso suscitó, por aquella misma época,
otras corrientes, no contrarias a la anterior, pero sí complementarias. Entre
las iglesias protestantes hubo una que apenas entró en la discusión de los
temas sociales, tan acuciantes, y siguió predicando a un Jesucristo escueto,
con mucha garra pastoral y fecundidad misionera.
1
de Enero de 1901
El
movimiento espiritual del que vamos a hablar parece haber surgido, más o menos
simultáneamente, en diversas partes de la tierra, especialmente en Armenia,
Gales, India y USA. No se puede considerar patrimonio exclusivo de ninguna
confesión religiosa. La corriente principal y mejor constatada, sin embargo,
fue la que apareció en una pequeña y pobre iglesia protestante a la que
acabamos de hacer referencia. Es la Iglesia Metodista. Es ésta una iglesia
escindida del Anglicanismo hacia el año 1729. Este cisma no se hizo por
rechazo, sino por afán de reforma y de acercamiento sencillo del culto y de los
grandes dogmas al pueblo cristiano. Se ha comparado el movimiento metodista al
franciscanismo. Sus promotores, en especial John Wesley, un hombre de entraña mística
y de una predicación muy imaginativa y cercana al pueblo, conservaron siempre
un gran respeto por la Iglesia madre Anglicana. El nombre de metodistas les fue
impuesto por burla, pues hacían gala de seguir un método adaptado a las buenas
costumbres de las que nos habla la Biblia. Los fieles metodistas se extendieron
por varios países del mundo anglosajón, aunque nunca llegaron a ser muy
numerosos.
Sucedió
en la noche de fin de año de 1900. Un grupo de estudiantes celebraban una
asamblea de oración en Topeka, Kansas. La presidía el joven pastor metodista
Charles F. Parham. Le pedían al Espíritu Santo que les enviara los mismos
dones que había otorgado a los apóstoles en el cenáculo.
Una
chica, llamada Inés Ozman, sintió el impulso de salir al centro de la
asamblea. Rogó al pastor que le impusiera las manos e invocara sobre ella la
efusión del Espíritu Santo, como se hacía en tiempo de los apóstoles. El
pastor, en un primer momento, se quedó perplejo, pero al fin condescendió.
"En aquel momento, refirió la joven, me sentí como arrastrada por un río
en crecida y como si un fuego ardiese en toda mi persona, mientras que palabras
extrañas de una lengua que jamás había estudiado me venían espontáneas a
los labios y se me llenaba el alma de una alegría indescriptible".
Seguidamente los demás estudiantes y el propio pastor Parham recibieron los
mismos dones.
La
noticia se difundió. De todas partes acudía la gente para recibir lo que se
llamó "el bautismo en el Espíritu" y "el don de lenguas".
En 1906 ya era un auténtico fenómeno religioso muy extendido. Las iglesias
protestantes, sin embargo, no supieron acoger esta movida religiosa que parecía
convulsionar sus cimientos. La hostilidad se hizo general. El diario New York
American escribe irónicamente en su número del 3-12-1906 con motivo de un
acontecimiento pentecostal: "La fe proporciona a esta secta un nuevo idioma
para convertir al Africa. Todas las noches experimentan un milagro. Los líderes
del movimiento son casi todos negros". Excomulgados por sus iglesias y, aun
en contra de su voluntad, los primeros carismáticos no tuvieron más remedio
que integrarse en una iglesia nueva que se llamó la Iglesia Pentecostal.
MOTIVOS
DE DISCREPANCIA
La
historia del pentecostalismo en los años que siguieron se hizo turbulenta. Hubo
entre ellos y con las demás iglesias nuevas divisiones y enconadas luchas y
disputas teológicas. Cayeron en un gran desprestigio. Durante cincuenta años
se sumieron en una semioscuridad y dejaron, por tanto, de ser un peligro digno
de ser tomado en cuenta. Todo el mundo creía que el ciclo pentecostal había
llegado a su fin. Daba la impresión de que aquella semilla que tan pujante brotó
en el grupo de jóvenes de Parham se había agostado para siempre.
La
novedad de la irrupción pentecostal fue imposible de asumir en un principio.
Podemos mencionar varios factores de discrepancia, entre otros muchos. Para los
primeros pentecostales, siempre hubo dos cosas innegociables: el bautismo en el
Espíritu y el don de lenguas. En efecto, para la mayoría de los protestantes,
incluidos los pentecostales, el bautismo cristiano tiene como dos momentos: el
bautismo de agua, que produce la regeneración y el bautismo del Espíritu, que
otorga la plenitud del Espíritu Santo. Lo que sucede es que en las iglesias
tradicionales estos dos momentos se fundían en un solo acto y, de esta forma,
era bautizada la gente sin que se urgieran más estos temas. Pero al sobrevenir
la experiencia carismática, en la iglesia Pentecostal se diversificaron estos
actos. Ello produjo innumerables disputas e incomprensiones.
Por
otra parte, el don de lenguas siempre fue tomado por los de fuera como un fenómeno
incómodo y embarazoso, que si desapareciera evitaría problemas, puesto que
para ellos más que de provecho servía de confusión. Más que causar un efecto
positivo causaba escándalo y daba a las reuniones pentecostales un tinte esotérico,
como si fuera una secta de iniciados extáticos y extravagantes. De ahí nacían,
igualmente, las frecuentes acusaciones de fanatismo, de fundamentalismo, de
emocionalismo y de poco aprecio a la razón, incluso a la razón teológica. No
les ayudó nada tampoco su sectarismo y su rechazo de todas las iglesias
institucionales. El rechazo hacia la Iglesia Católica era visceral.
También
fueron motivos de contradicción el subjetivismo, la interiorización religiosa
y el misticismo en los que incurrían los pentecostales, cosas todas ellas, según
sus críticos, contrarias a la tradición protestante. Como es sabido, para los
católicos siempre ha habido dos fuentes de revelación: la Escritura y la
Tradición. Los protestantes, sin embargo, sólo admiten una fuente de revelación,
que es la Biblia. A ella acceden mediante la inspiración privada y el libre
examen. Estas cosas, aunque sean personales, no sujetas a magisterio, son
siempre objetivas. No podían aceptar el subjetivismo pentecostal, como si
hubiera una revelación pública y otra privada. Frases, como por ejemplo:
"el Señor me ha dicho", no podían ser asumidas.
ACOGIDA
EN LAS IGLESIAS PROTESTANTES
Debido
a estas y otras muchas contradicciones la semilla pentecostal pareció, en
cierto momento, que podía desaparecer. Pero no fue así. Al contrario. Durante
estos cincuenta años de oscuridad y silencio fue madurando y, a pesar de la
incuria y el escándalo de los hombres, hacia los años 60 sus rebrotes se
hicieron de nuevo incontrolables. Y ahora no era ya momento de excomuniones,
sino que las iglesias no pudieron eludir el hacer un nuevo discernimiento.
Pero
ya habían cambiado muchas cosas en esas iglesias; el mundo también era otro.
La rigidez puritana de principios de siglo se había disuelto como un
azucarillo; dos cruentas guerras mundiales habían relativizado muchas cosas; y
una filosofía nueva, personalista y vivencial había abierto la posibilidad de
un mundo de experiencias nuevas.
A
pesar de los conflictos mencionados, las iglesias tuvieron que enfrentarse al
hecho de que muchos de sus fieles iban siendo tocados por la experiencia carismática.
Aún más: bastantes pastores participaban en grupos de oración y habían
experimentado igualmente un cambio profundo en sus vidas. Por ello, aunque aún
no se hayan apagado las disputas ni se hayan eliminado totalmente las
incomprensiones, las iglesias llamadas "históricas" han dado su
aprobación a la espiritualidad pentecostal. En la Iglesia Episcopaliana fue a
partir de 1958; la Luterana USA en 1962; la Presbiteriana también en el 62; y
lo mismo ha sucedido en algunas comunidades ortodoxas.
Desde
este momento se empieza a descubrir la parte positiva de toda esta movida
espiritual. Ahora es valorada la capacidad evangelizadora de la nueva corriente
espiritual; su novedad y frescura de cara a los jóvenes y alejados; la
vitalidad en los cultos y celebraciones; la revalorización de la oración y lo
sobrenatural en un mundo materialista y práctico; y, de una manera especial, la
capacidad ecuménica de este nuevo movimiento. Fieles de todas las confesiones
participan juntos en grupos de oración: ¿No será que el Espíritu Santo
quiere construir la unidad desde las bases, desde el pueblo?
EN
LA IGLESIA CATÓLICA
Dados
estos antecedentes, no es de admirar que este movimiento espiritual apareciera
inevitablemente en la Iglesia Católica. Sin embargo, cuando esto tuvo lugar
causó una sorpresa casi general. Siempre había existido una profunda
hostilidad hacia el Catolicismo por parte de las Iglesias Pentecostales, el
cual, según ellas, era la suma y compendio del formalismo y organización
aniquiladores del Espíritu. Por otra parte, la mayoría de los católicos nunca
habían tomado en serio a los pentecostales por su aparente emotividad y
fanatismo.
Nadie,
pues, imaginaba la rápida aceptación con que fue acogida la espiritualidad
pentecostal en la Iglesia Católica. La verdad es que se ha extendido con mucha
mayor rapidez en ella que en todas las demás iglesias, y la oposición ha sido
mucho menos intransigente. Observadores pentecostales han comentado sorprendidos
la facilidad con que los católicos han aceptado el "bautismo en el Espíritu".
La jerarquía católica se ha mostrado más abierta y favorable al movimiento
que la de las demás iglesias.
Pero
también en la Iglesia Católica habían cambiado muchas cosas. Había pasado
Juan XXIII con su lema: "valoricemos lo que nos une y dejemos lo que nos
separa". Había pasado un concilio, el Vaticano II, que abrió las puertas
y ventanas de la Iglesia de par en par y realizó una apertura sin precedentes a
la modernidad, al progreso, a la tolerancia, a los derechos humanos y, en
general, a las realidades terrenas, cosas todas ellas asumidas en una síntesis
poderosísima bajo la acción del Espíritu. Fue un concilio sin condenas, un
concilio de aperturas, de tolerancia del pluralismo religioso, de anhelos ecuménicos.
Ya no hay herejes ni cismáticos, sino hermanos separados, entre los cuales
pueden darse también "la fe, la esperanza, la caridad, la vida de la
gracia y otros dones interiores del Espíritu Santo".
En
la apertura de dicho concilio Vaticano II, el Papa Juan invocó al Espíritu
Santo pidiéndole: "Renueva en estos días tus maravillas, a la manera de
un nuevo Pentecostés".
SE
ENCIENDE EL FUEGO
En
la Universidad del Espíritu Santo de Duquesne, en Pittsburgh, USA, hay un grupo
de cristianos inquietos. Son agentes de pastoral dentro de la misma Universidad,
pero están desilusionados y un tanto desmoralizados, sobre todo, por la
ineficacia e infecundidad de sus esfuerzos y trabajos. Sin embargo, están en
actitud de búsqueda y de encuentro. Cae en sus manos un libro que se ha hecho
famoso: "La cruz y el puñal". Es una especie de autobiografía de un
intrépido pastor, David Wilkerson, el cual habla de su apostolado entre las
pandillas de jóvenes delincuentes y drogadictos de Nueva York. Entre estos jóvenes
se habían realizado auténticos milagros con signos visibles de una presencia
fuerte y viva del Espíritu Santo. Allí se relataba algo distinto, allí se
percibía una eficacia y una fecundidad superiores a los puros dones y categorías
humanos.
La
lectura de este libro fue para ellos una revelación. Decidieron orar los unos
por los otros diariamente la secuencia del Espíritu Santo: "Ven, Espíritu
divino". Pedían que se derramara sobre ellos la misma fuerza y el mismo
fervor que habían experimentado los primeros cristianos.
Sucedió
a principios del año 1967. Después de algunos meses de perseverar en esta
oración y en estos deseos encontraron suficiente humildad para pedir a algunos
neopentecostales que oraran sobre ellos a fin de recibir el bautismo en el Espíritu.
Los
efectos fueron inmediatos y prodigiosos. Los frutos del Espíritu se derramaron
copiosamente: se sienten invadidos por una fuerza nueva; perciben un profundo
sentimiento de paz; se regocijan con una alegría inexpresable; sienten la
necesidad casi impulsiva de dar testimonio. Y lo que es más importante:
experimentan en sus propias vidas la realidad poderosa y santa del Espíritu,
que les lleva a descubrir a un Jesús vivo, resucitado, señor de todas las
cosas. Perciben como un cambio cualitativo en su propio ser, cambio que se
expresa también a través de varios dones carismáticos: don de lenguas, profecía,
curaciones.
Demasiado
fuerte para asimilarlo de inmediato. Dentro de la paz y sobriedad del Espíritu
que, de por sí, nunca hace perder la armonía y el equilibrio, se sienten
gozosos, pero desconcertados y un tanto perdidos. ¿Qué está sucediendo? ¿Es
esto un nuevo Pentecostés?
Pero
no era un momento adecuado para pararse a teorizar lo que estaba pasando. Había
que apurar la experiencia hasta el final. Y, sobre todo, había que dar salida a
la urgencia de comunicación, de compartir con otros, algo que en su fuero
interno sabían que era auténtico, oro de ley. Programan pronto un retiro, que
se hizo famoso, al cual asistió mucha gente nueva, y en el que de nuevo
percibieron la presencia viva del Espíritu Santo. Pasaron un fin de semana en
oración como sumidos en una atmósfera ultraterrena.
La
experiencia se extiende rápidamente como un fuego. El 4 de Marzo de 1967 un
joven estudiante de Duquesne comunica estos sucesos a un asombrado pero
reticente auditorio de la Universidad de Notre Dame, en South Bend. También aquí
acuden a los pentecostales que, en un encuentro de oración, oran por ellos,
repitiéndose los mismos acontecimientos con los mismos resultados. En pocos
meses se propagó la noticia por diversas regiones de USA, saltando
inmediatamente sus fronteras en todas las direcciones.
NACIÓ
EN AMÉRICA, PERO NO ES AMERICANA
Ni
la propaganda de la coca-cola; ni la publicidad de la hamburguesa; ni la
estrategia de los VIPS; ni el espectáculo de Michael Jackson; ni las intrigas
de la CIA; ni el marketing de una multinacional; ni la acción de las películas
del Oeste han sido vehículo para que la Renovación haya llegado, rincón por
rincón, hasta los confines del planeta. El Espíritu Santo no ha necesitado la
influencia americana para "colonizar" espiritualmente al mundo. Viene
de América, pero no es americana.
Y
entonces se preguntará alguien: ¿por qué nació en América? He aquí una
cuestión insoluble. Los designios de Dios son inescrutables. No se pueden dar
ni razones de conveniencia. De todas formas es sorprendente que haya nacido en
USA, pues las cosas de Dios suelen brotar en la debilidad, la pobreza y la
impotencia. Sin embargo también en EE UU hay pobrezas. Desde el principio se
trató de descalificar al movimiento pentecostal a causa, según decían, de su
origen humilde en una iglesia negra. Muchos comentaristas e historiadores
piensan que el mismo ambiente que dio origen al Negro Spiritual, al Jazz y a los
Blues, produjo también el movimiento pentecostal. La verdad es que desde el
principio hubo adeptos de ambas razas, aunque también está constatado que en
el inicio la mayoría de los líderes y el gran impulso se realizó por medio de
comunidades de gente de color.
Y,
¿por qué en el Protestantismo? No lo sabremos jamás, como tampoco sabremos
por qué el Hijo de Dios nació en una cueva en Belén. Tal vez era el sitio más
pobre y por eso lo escogió. De esta forma hasta los mendigos que duermen en la
calle, los desheredados, los emigrantes y desterrados, se pueden identificar con
él. Si hubiera nacido en un palacio, los pobres jamás hubieran pisado sus
umbrales. La Renovación no tuvo ni patria ni sitio en la posada. Nació en la
Iglesia Metodista, pero fue expulsada de ella y de las demás iglesias
protestantes. Tuvo que construirse su propia chabola. ¿Si hubiera nacido en la
Iglesia Católica, la aceptaría todo el mundo? Hay muchos que consideran a esta
iglesia demasiado poderosa, demasiado prepotente. En cambio, naciendo donde nació,
y creciendo como creció, a la Iglesia Católica y a todos nosotros nos sirve de
ejercicio de pobreza y de reconciliación. Y hay que reconocer que en este tema
nuestra Iglesia Católica ha alcanzado auténticas cotas de catolicidad y de
aceptación de los demás.
Hablando
de un tema semejante San Pedro dijo un día en casa de un pagano:
"Verdaderamente Dios no hace acepción de personas, sino que el hombre que
le teme, sea de la nación que sea, le es grato" (Hch. 10,34). Este fuego
no hace, pues, referencia a ninguna nación, a ninguna ideología, a ninguna
cultura, ni lengua ni raza ni color.
NO
FUE PROGRAMADA NI TIENE FUNDADOR
A
ningún consejo de pastoral o reunión de planificación, a ningún capítulo
general o comisión teológica se le ocurrió jamás un programa de acción o
evangelización en el que se incluyera como acción prioritaria un
"bautismo en el Espíritu". Ninguna pastoral de conjunto ha incluido
en sus planes la oración en lenguas, la profecía o las curaciones. Todos
sentimos la necesidad de una nueva evangelización, "con nuevos métodos,
nuevas expresiones y nuevo ardor" pero, ¿quién es capaz de actuar algo
concreto que cambie vidas, que haga descubrir a un Jesucristo vivo y poderoso y
que llene nuestras actuaciones de carismas y de una acción poderosa del Espíritu?
La
única planificación que puede haber, para que lo dicho suceda, es la oración
en la que se clama por esos dones y esa venida del Espíritu. Y él, como el día
de Pentecostés, nos ha sorprendido una vez más. Y está ahí. La cuestión
ahora es reconocerle y secundar sus planes. Cada uno en el lugar donde perciba
su llamada.
Para
la Renovación esto no es tan sencillo, pues el Espíritu no se vale en ella de
las mediaciones ordinarias por las que suele actuar. Aquí no hay un fundador,
ni se puede decir que sea un movimiento. Por eso, no tiene una teología
especial, ni un centro espiritual, ni un programa de acción, ni unos objetivos
concretos. No trata de reformar la oración, ni la liturgia, ni abrir cauces a
la Palabra de Dios, ni está llamada a unos compromisos sociales concretos. Es
una re-novación de lo que siempre fue, una puesta a punto, una vitalidad
renovada. Nadie dirige los pasos de la Renovación. La única referencia
instintiva que hace el carismático es al Espíritu Santo. Él es el fundador,
el motor, el que programa, el que señala cadencia y ritmo. Por ello, la actitud
más auténtica es la de la escucha, viviendo siempre la provisionalidad de lo
que tenemos. En la Renovación nunca hay nada terminado, porque el Señor es
nuevo cada día.
EN
ESPAÑA
Cuando
hay un fuego intencionado en un bosque suelen aparecer varios focos en llamas.
El fuego de la Renovación procede de un incendio intencionado, no provocado por
hombres, ni hijo de nuestros planes, pero sí del Espíritu Santo. No es extraño,
por tanto, que también en España se haya iniciado en varios focos a la vez, más
o menos independientes.
Los
primeros ecos de la presencia de la Renovación carismática católica en España
se escucharon en el verano de 1970 en Salamanca. Durante los días 22 al 29 de
agosto se celebró allí el III Congreso internacional de la IEF (International
Ecumenical Fellowship), al cual asistió un grupo numeroso de pentecostales clásicos,
neopentecostales y carismáticos católicos, procedentes en su mayoría de USA.
Entre ellos se encontraban David J. Du Plessis, Robert Frost, Edward O'Connor,
Paul Regimbal y el dominico inglés Simon Tugwell.
Los
carismáticos católicos celebraban sus reuniones de oración y estudio en la
residencia de los PP. Escolapios, siendo abundante el número de los asistentes.
En una de estas sesiones, el 28 de agosto, recibió la efusión del Espíritu,
por el ministerio del P. O'Connor, el P. Roman Carter, dominico norteamericano
que entonces residía en Avila y que después trabajó con afán para iniciar la
Renovación carismática en España. Durante la primavera del año 1971 se
organizó en Madrid el primer grupo de oración carismática, gracias a los
desvelos del P. Carter y del seglar americano Paul Melton de la comunidad de Ann
Arbor. Pero el grupo desapareció a los pocos meses y el P. Carter se ausentó
de España durante dos años para conocer y profundizar un poco más en los
contenidos de la Renovación, viajando y trabajando por Inglaterra, Estados
Unidos y Canadá.
Personalmente
empecé a oír noticias de la Renovación hacia el año 1971. Cerca del convento
de Alcobendas vivía una población de unos ocho mil americanos que trabajaban
en la base conjunta de Torrejón de Ardoz y en otros destinos. Formaban como una
especie de isla, viviendo al modo americano con sus costumbres y estilo. Siempre
hubo dos o tres padres dominicos que asistían espiritualmente como capellanes a
los católicos de entre ellos. Y ahí es donde hubo varios brotes de Renovación
que apenas lograban permanecer por la movilidad del personal militar. En cierta
ocasión hicieron, por así decirlo, una "demostración" de oración
carismática en la sala de fonética del convento. Creo que por estar la sala
abarrotada de gente y por ser en inglés, no llegó a cuajar en algo concreto.
Sin embargo, los PP. Merino y Carter recogieron un poco este mensaje de Torrejón
y lo impulsaron por España, si bien más en la línea ecuménica. De ese
ambiente surgió también el segundo grupo carismático que hubo en Madrid, el
de "Fuente viva", cuya lengua en sus principios fue el inglés. Los
animadores del grupo fueron el P. Timoteo Merino O.P, la hispanofilipina Pilar
García y las hermanas Gracias, que provenían de la India.
ÁGAPE
Y MARANATHA
El
año 1973 se puede considerar como el año del despertar carismático en España.
En marzo de ese año empieza a reunirse un grupo en Tolosa (Guipúzcoa), bajo
los auspicios de la religiosa de la Sagrada Familia Izaskun Amondarain. Algo
semejante sucedió en Valladolid en el mes de septiembre. Aquí fue otra
religiosa, Juana Belascoain, también de la Sagrada Familia, la que dio los
primeros pasos, apoyada desde el principio por el P. Román Carter O.P. y por el
P. León Maxfield, religioso de la Saleta. También ese mismo año aparecen
indicios de Renovación carismática en Bilbao, Mérida, El Escorial y Zaragoza.
Sin
embargo, pienso que fue determinante la fundación, en ese mismo año, de los
grupos Ágape de Barcelona y Maranatha de Madrid. En la "estrategia" y
designio del Espíritu, la aparición de estos dos grupos, hijos de la misma
tradición, y del grupo de Tolosa, ha ayudado no sólo a vertebrar la Renovación
carismática de España, sino también a preservar su unidad, una de sus
características más llamativas.
En
efecto, a primeros de este año 73, se encuentra en Barcelona el matrimonio
Caminero. Son españoles, pero habían conocido la Renovación en Colombia. De
ellos reciben la efusión del Espíritu, en distintos momentos, un grupo de
personas, entre los que se encuentran el matrimonio Antonia Vidal y Pedro Manén,
y el sacerdote Luis Martín, operario diocesano. Hacia el mes de mayo llega a
Barcelona el jesuíta Manuel Casanova, que ha conocido la Renovación en la
India y se incorpora al grupo carismático que ya ha empezado a reunirse
regularmente bajo el nombre de Ágape.
Algunas
de las personas que han recibido la efusión en Barcelona pertenecen al
"Movimiento familiar cristiano". Rápidamente comunican con otros
amigos de Madrid, pertenecientes al mismo movimiento. Acuden a la llamada un par
de matrimonios madrileños que viajan para ver de cerca "la zarza que ardía
ya en Barcelona, sin consumirse". A mediados de abril reciben la efusión
del Espíritu Pepe Pérez Torres y su mujer Angelita y también el matrimonio
Miguel y Fina de la Puerta. Con esto habían sido puestas las primeras piedras
del grupo madrileño que, más tarde, se llamará Maranatha.
Yo
pienso que estos grupos han creado tradición y, por supuesto, sin proponérselo
ni quererlo ni saberlo, han influido grandemente en el posterior desarrollo de
la Renovación carismática española. De hecho, de ellos han salido gran parte
de los dirigentes a nivel nacional; de su ambiente han brotado las revistas
"Koinonía" primero y "Nuevo Pentecostés" después, en algún
sentido portavoces nacionales de la experiencia y crecimiento carismático; han
sido vivero del que directa o indirectamente han nacido otros muchos grupos; y,
finalmente, en ellos se ha ido acuñando una contextura teológica pentecostal
muy específicamente española.
CARACTERÍSTICAS
DE LA RENOVACIÓN ESPAÑOLA
En
el siguiente año, 1974, proliferó la Renovación, apareciendo grupos por
distintos puntos de España. Muchos de ellos surgían como hongos,
independientes y sin tradición ni entronque. A pesar de que desde el principio
existió el anhelo de la unidad, este hecho lo dificultaba grandemente. No fue fácil.
Hubo muchas tensiones. Al fin, después de varias reuniones, se logró
constituir la primera Coordinadora nacional en el año 1976. Esta coordinadora y
las que siguieron trabajaron duramente la unidad. Al éxito de esta tarea
contribuyó mucho la convocatoria anual de las asambleas nacionales, la primera
de las cuales tuvo lugar en el convento de los Padres Dominicos de Alcobendas
los dos primeros días de julio de 1977, con la asistencia de 1.500
participantes. Actualmente, -mayo de 1995- según datos de la secretaría
nacional, existen en España unos 600 grupos, en los que participan alrededor de
50.000 personas.
El
desarrollo de la Renovación en España queda definido por una serie de características,
de las cuales señalamos algunas importantes:
Unidad
Le
oí decir una vez al P. Eduardo Gueydan: "lo que más envidio de la
Renovación española es su unidad". Es cierto. Este padre jesuíta, hombre
destacado en la Renovación francesa, echaba de menos en su tierra lo que en
España se nos ha concedido como un don precioso. Y es curioso que, en la misma
época en que España se debatía y dividía en autonomías, que amenazaban
destruir la unidad política, la Renovación se moviera en dirección contraria,
superando autonomías para asentar un principio de unidad, hoy ya consolidado y
valorado por todos.
Humildad
La
Renovación, entre nosotros, ha sido y sigue siendo muy humilde. No hemos
sentido el deseo ni la prepotencia de exportar nada de lo nuestro. Por el
contrario, siempre hemos estado ávidos y abiertos a lo que sucedía más allá
de nuestras fronteras. Por nuestros retiros y asambleas han pasado,
repetidamente, todos los personajes que han significado algo en la Renovación
internacional. Nunca se han puesto entre nosotros dificultades para comenzar
cualquier clase de experiencia nueva; siempre se ha estado abiertos a la formación
de grupos y comunidades al estilo de otros países; nunca se ha cerrado el
camino a cualquier carisma que haya sido válido en otras latitudes.
Camino
propio
Sin
embargo, de todo lo foráneo, acogido a veces con tanta ilusión, apenas ha
cuajado nada entre nosotros. Lo cual nos induce a pensar que el Señor quiere
para nosotros un camino propio. Yo creo que es ya hora de que nuestra Renovación,
sin cerrarse a nada, empiece a valorar su camino, su historia y los contenidos
espirituales que son los que verdaderamente alimentan a este pueblo. La Renovación,
en los diversos países, a pesar de tener unas bases comunes, no es un algo unívoco.
El Señor, que conoce las verdaderas necesidades, diseña para cada país
aquello que verdaderamente necesita y le puede hacer bien.
Sin
brillo de carismas.- Muchos en España piensan que en nuestra Renovación
brillan los carismas por su ausencia. Hay como una especie de complejo por la
carencia de grandes carismas, sobre todo de sanación. A este motivo se achaca
el hecho de que la Renovación en España no avance numéricamente de una manera
más decidida. Las dos cosas son verdad, pero creo que hay que guardarse de una
interpretación demasiado facilona y superficial.
Base
teológica
Sin
embargo, creo que la Renovación en España se está asentando sobre bases teológicas
auténticas. Hay una fuerte predicación sobre la gratuidad en un pueblo como el
nuestro, plagado de moralismos. Pero no se trata de una gracia barata. Es una
gracia de conversión que, desde la pobreza asumida, va haciendo aflorar a través
de distintos estadios de sanación una personalidad liberada, apta para una vida
de gracia y de fecundidad carismática. En dicha predicación no se elude la
dimensión de la cruz, ni se la vacía de contenido por afanes malsanos de
sanación. El acento, como en toda la Renovación, se pone en el señorío de
Jesús, vivo y resucitado, al cual poco a poco va siendo sometida nuestra vida.
También la Renovación, como pueblo en camino, va pasando por etapas de
crecimiento que engendran oscuridades y claridades. No dejan de abundar, a pesar
de todo, las gracias y carismas del Espíritu, como son: la palabra y enseñanza,
acogida y compartir, intercesión, profecía, oración y alabanza, sanación
interior e incluso física. De esta forma se va construyendo algo sobre roca
firme. Y aunque falte el brillo y el esplendor de carismas fulgurantes, nadie
duda de la presencia y actuación del Espíritu en nuestras asambleas.